Para quien padece encierro forzado el tiempo se altera y las horas suelen pasar muy lentas. A veces, demasiado. El nuevo horario de verano no ayuda, y esa lentitud puede comenzar a desesperar pero también provocar incertidumbre y angustia, que no dejan de ser un miedo a lo desconocido que acompaña a nuestra especie desde hace algunos miles de años.
Muchas personas empiezan a modificar su estado de ánimo en una gama que pasa por lo irritable, locuacidad y comportamientos obsesivo-compulsivos con alcohol, drogas y comida, o hasta se pueden padecer algunos síntomas imaginarios del Coronavirus, hipocondriacos les dicen, o de esa nube negra que hoy llaman depresión y la cual se remonta a la Antigüedad, con Saturno como el astro de una melancolía que sobrevivió a la Edad Media, donde se le incorporó a la tradición literaria, pictórica y poética que después de cierta glorificación en el Renacimiento terminaron por dar origen a la idea moderna de genio. Esto es, que en ocasiones depresión y encierro han sido motores creativos tan importantes que hoy día Isaac Newton hasta se hizo meme en Internet que dice todas sus aportaciones a la ciencia cuando estuvo confinado por la Peste mientras usted pierde el tiempo con su teléfono inteligente.
Como Facebook y otras redes han contribuido a pulverizar las fronteras entre público, privado e íntimo, ahora hasta se exhiben manías, alteraciones y trastornos de la personalidad que bien podrían estar en esa biblia de la psiquiatría conocida como el DSM 1, 2, 3, 4 o 5. Pero también aparecen y se reenvían mensajes con peticiones de ayuda, de los que suele dudarse gracias a la desconfianza social reinante, pero también de solidaridad virtual. Así que no estará de más pensar en algún momento que, independientemente de los motivos, eso que nosotros llamamos encierro obligado y que a muchos parece estar trayendo sufrimiento y desequilibrios, es lo que se ha hecho desde la revolución agrícola y su posterior industrialización a otras especies que también poseen un complejo mundo de sensaciones y emociones, que hace evidente la discrepancia entre el éxito evolutivo de nuestra especie y el sufrimiento que produce e incluye el aislamiento en minúsculas cajas durante toda su vida a los animales de engorda, por ejemplo. Tema tratado en el exitoso libro de Yuval Harari.
Obvio que hay de encierros a encierros, sus condiciones varían y suelen traer consigo malas ideas. Como en La ventana indiscreta (1954), película de Hitchcock donde el confinamiento es por pierna enyesada y un fotógrafo que espía a sus vecinos es testigo de un asesinato. Tan famosa que hasta en Los Simpsons le rinden su parodia-tributo, al igual que a cintas como El resplandor, de Stanley Kubrik (1980), donde el casi enclaustramiento voluntario con la esperanza de vencer un bloqueo creativo termina en maníaco homicida con alucinaciones que aterroriza a su familia confinada en un inmenso hotel debido a la nieve. En estos tiempos de pandemia donde por irónico que parezca también cunde lo inexplicable, tampoco habría que olvidar a esos personajes que por razones indescifrables no pueden abandonar la casa de su anfitrión y El ángel exterminador, de Luis Buñuel (1961), no solo deja ver manías sino la llamada naturaleza humana no exenta de egoísmo, crueldad y violencia. Una violencia que hoy día está cobrando forma en lo doméstico, intrafamiliar o el feminicidio. De ahí la dificultad para confinar a víctimas y victimarios bajo el mismo techo, o a una familia de 8 o 10 miembros en viviendas de interés social de 35 metros cuadrados.
En toda reclusión hay tiempo para pensar y echar a volar la imaginación. De hecho, se dice que esto último es necesario para sobrevivir y no enloquecer. Literalmente. Lo cual ha sido fuente de reflexión e inspiración no solo para organizar fugas sino crear expresiones artísticas que lo mismo incluyen obras muy conocidas como La isla de los hombres solos o Papillon, que a maestros de la literatura como Dostoyevski o José Revueltas quien, por cierto, se tomaba la cárcel con humor y decía que era una beca de estudio y escritura que le otorgaba el Estado; su primera prisión fue a los 16 por participar en un mitin, y de su estancia en las por fin clausuradas Islas Marías salió la novela Los muros de agua.
El periodismo también ha hecho su aportación al tema del encierro, y en el caso mexicano reciente es destacable el testimonio de supervivencia de Jesús Lemus en Los malditos 1 y 2, donde en cualquier momento se puede morir en las peores condiciones de encierro imaginables, con todo y mecanismos para desestructurar la personalidad, la escritura sirve para aferrarse a la vida y lo común es caminar casi a diario por esa delgadísima línea que separa la cordura de la locura.
Lo que también dejan ver los diarios de Vicente Zambada que aparecen en el libro de Anabel Hernández, El traidor, que lo mismo incluyen sus andanzas como hijo de un amo y señor del cártel de Sinaloa corrompiendo altos funcionarios del gobierno mexicano, el dibujo de su pequeña celda en una cárcel de Chicago, o el trato brutal recibido durante su reclusión en cárceles mexicanas de máxima seguridad. Seguro que después de leer las condiciones de este tipo de encierros, donde además la mayoría son personas procesadas y no sentenciadas, cualquiera valorará el encierro domiciliario del coronavirus fase 2 y dejará de quejarse tanto. Que las películas y libros recomendados ayuden también a ver que a final de cuentas nuestra especie saldrá adelante, que los encierros pueden ser altamente creativos aun en las peores adversidades, y que los sapiens hasta ahora no hemos dejado de hacerlo.