No existe algo que nos duela más que las despedidas. Decir adiós a las personas que amamos, es quizá, de los dolores más genuinos que sentimos. Decir adiós a una madre o a un padre, implica aprender a vivir en la orfandad, decir adiós a un hijo, implicará reestructurar nuestras relaciones de pareja, aceptar que seguimos siendo padres de un hijo que ya no crecerá más, decir adiós a un amigo, es despedirnos de un pedacito de nuestro corazón.
Pero el tema de hoy es despedirnos de nuestra pareja, de con quien pensábamos sería nuestro compañer@ de toda la vida, con quien compartíamos proyectos de vida y que al final ya no será. Este tema resulta ser tan espinoso debido a que en la relación se hacen presentes nuestras historias de vida, nuestros contextos, nuestros vacíos, nuestras ausencias, sumado a ello traemos nuestro pasado al presente y en ocasiones, ese pasado resulta nocivo para la pareja.
Conforme pasa el tiempo de vida de la relación, nosotros, de manera individual, vamos creciendo, cambiando, nos vamos transformando, sin embargo, no comprendemos que al pasar el tiempo también la relación se modifica, cambia y debemos de trabajar en que madure, ir oxigenándola, respetando y aceptando los cambios, la actividad sexual va a cambiar, eso es inevitable, es saludable para la relación.
Se trata de cuidar la relación como cuando cuidamos una planta, la vamos abonando, le cambiamos la tierra, quizá la pasamos a una maceta más grande, más bonita, porque las raíces comienzan a salirse, así mismo pasa con la relación esta crece, necesita de alimento (atención, autocuidado, comprensión, respeto) necesita espacio también.
Sucede que creemos que el amor por si solo va a sostener la relación, y no, el amor solito no alcanza, entendamos que cuando decidimos terminar no es por falta de amor, a veces eso es lo único que nos queda, puede ser que sigamos amando pero nos damos cuenta que es mejor poner distancia.
Uno de los problemas es, que como seguimos amando al otro y pensamos que eso será suficiente nos quedamos ahí, por esta idea romántica de que debemos estar hasta que la muerte nos separe, aunque se acabe el respeto, aunque ya no tengamos proyectos en común, aunque el otro con su amor nos lastime, entonces nos convertimos en tóxicos el uno para el otro.
Nos quedamos ahí porque nos pensamos indispensables para el otro, porque después de compartir tanto, el no vernos caminando juntos nos aterra, no nos damos cuenta que nacimos solos y es así, solos, como nos iremos. Nos quedamos ahí porque pensamos que el otro es nuestro todo, nuestra “media naranja” sin entender que nacimos completos, que en lugar de trabajar en una relación que nos lastima debemos trabajar en el amor de nuestra vida y ese no se encuentra en el otro, mire usted al espejo y ahí lo va a encontrar.
Reconcíliese con usted mismo, ámese a usted mismo, autocuídese y respétese (vaya a terapia si no sabe como hacerlo). A veces el amor no alcanza, y aceptarlo, es doloroso, pero más doloroso es seguir con alguien que ya no nos ama. La despedida será con la relación, no con el otro, pues también pensamos que porque se acabó debemos de arrancarlo de nuestro corazón, ojo, eso dolerá más, la ruta será entonces ir aceptando el duelo, la lenta despedida y podemos seguirnos amando pero ya no dentro de la relación, no de esa que nos lastimó, porque también se vale reintentarlo sí, y sólo si ambos queremos.
Gracias siempre por sus comentarios, por compartir estas líneas que se escriben con la intención de que usted encuentre alternativas de vivir un poquito más felices, sigan mandando sus preguntas, ahora las responderemos en vivo cada martes en nuestra sección de Sexualízate en vivo.
Hasta pronto.
Descubre más desde Fernanda Tapia
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.