miércoles, abril 17, 2024
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Una familia mexicana como cualquiera.

“Yo qué más quisiera haber nacido en Europa y comer en la pinche mesa de 300 gentes, pero pues así es la transa, así es la jugada”, le dice un hijo de doña Gregoria quien es cábula y matón de barrio pesado en Chilangotitlán, a un danés que se hizo antropólogo tras leer Los hijos de Sánchez, el libro que casi 6 décadas atrás puso en evidencia la otra cara del milagro mexicano, escandalizó a los conservadores de entonces  y terminó haciendo que corrieran al que autorizó su publicación.

Los hijos de Gregoria -

Desde aquellos tiempos las aspiraciones, esperanzas, actividad social o embarazos adolescentes no han cambiado mucho para familias de esos mismos rumbos que el danés y su pareja, fotógrafa mexicana, se encontraron siguiendo esa ruta de la religiosidad popular que son los altares. Claro que ahora, además de mostrar el fiasco que han resultado las políticas sociales al paso de los sexenios, el hogar lo encabeza una mujer, falta el personaje con sueños burgueses, y el neoliberalismo, las armas y las drogas han empeorado lo que ya estaba ahí haciendo que la mayoría de los aspectos de estas vidas sean más rudos, violentos y peligrosos, pues actualmente de distintas formas que incluyen robo, contrabando, tráfico de drogas o piratería, ya están inmersos en una economía global y clandestina.

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Asimismo, llama la atención que problemas y compromisos intrafamiliares, vecinales, del trabajo, escuela, hospital, bandas, cárceles y policía sean sorprendentemente similares a los de 60 años atrás, lo mismo que la fe, religiosidad y peregrinaciones. De las que hace un relato muy divertido que puede sacar carcajadas al que gusta del humor negro o si ha tratado a quienes se llama la banda, donde no faltan los guiños al antropólogo inocente como ser aceptado por no correr frente al peligro a diferencia de sus posibles sujetos de estudio, unos 300 delincuentes-peregrinos armados, borrachos y drogados con todo lo imaginable, que llevaban juguetes para regalar a niños pobres y a cuyas madres indígenas unos cábulas les dieron su mojada con espuma de colores durante la repartición. Cargaban cruces de todos tamaños, en el ambiente reinaba el olor del activo y mariguana que se mezclaba con himnos religiosos a Jesús, saqueaban tiendas a su paso rumbo al santuario, tenían problemas con el fuego y si se descuida al autor le tumban sus botas, además de preguntas como qué pensaba del secuestro, por dónde vivía y si trabajaba para la CIA entre muchas cosas que, como a otros extranjeros, lo llevó a descubrir nuestro México más profundo: el del surrealismo puro, en “un país jodidamente libre”, como le dijo un peregrino.

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El libro es resultado de casi 8 años de trabajo que permiten comprender en profundidad el contexto, y lograr una empatía y confianza que se tradujo en 140 horas de entrevistas grabadas con 7 integrantes de la familia Rosales: hermanos, hermanas y su mamá. Más los cercanos. Hablando de respeto, vida, santos, trabajo, enfermedad, pareja o futuro, como en una suerte de novela polifónica que por supuesto supera a la ficción. Permite escuchar la voz, sueños, ansiedades y vida cotidiana de una familia mexicana, sentir la emoción y conmoción que trae consigo acercarse a algunos de los lados más oscuros de la condición humana, y ofrece no pocas pistas para entender que las buenas intenciones políticas no bastan para limpiar una policía corrupta dado que fueron policías cesados quienes se metieron a las operaciones de contrabando y drogas de la colonia amplificando su violencia y organizando a las bandas ya existentes: “no tienen código de honor, porque a final de cuentas también son rateros”. En este sentido, al igual que sobre los “chismosos periodistas”, o las omisiones, ineptitud y complicidades del gobierno con delincuentes, los testimonios son bastante reveladores.

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En el juego de espejos que la antropología todavía es capaz de producir, no sólo el otro se asombra de nosotros y confirma que en este país la familia puede ser al mismo tiempo una fuente de apoyo colosal y la destrucción total; identidad, alegría, dolor escandaloso y continuos melodramas tragicómicos que amalgaman una lealtad a toda prueba con lo disfuncional. Además detecta en el país una enorme olla de presión social que no es conveniente tocar en estos momentos de encierro aunque podría explotar en cualquier instante, resultado no de la infidelidad en sí, que es uno de los conflictos más antiguos en el mundo, sino de que en vez de romper la relación –como en Dinamarca-, muchos prefieren el secreto y se hacen presentes en dos, tres o más familias llegando a situaciones donde lo absurdo es poca cosa. También estos espejos que nos reflejan en los otros funcionan entre mexicanos, un motivo más para recomendar su lectura, y es algo que explica la coautora respecto a sí misma y su propia familia en detalles como el habla, clasismo o naturalización de la violencia. Una obra resultado de un trabajo doctoral, lo cual se explica brevemente hasta el final con todo y manifiesto para hacer etnografía dogmática, pero es lectura indispensable que cualquiera puede hacer como si fuera el relato literario de una familia en el México contemporáneo donde es común ser víctima y victimario.

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