La curiosidad mató al gato. Con tal amenaza nos van educando desde chiquillos, nos hacen creer que la curiosidad es un peligro mortal, y que hasta los inocentes gatitos pueden morir por explorar; que si preguntamos demasiado correremos el mismo destino que nuestros queridos felinos. En un país donde ser periodista o comunicador es un deporte de alto riesgo, hay algo de cierto. Pero el desmoronamiento de la curiosidad y sus efectos va mucho más lejos.
Existimos por un lado los curiosos certificados, podemos pasar días completos descifrando asuntos vitales desde cómo se construye una novela, hasta por qué las mareas suben o bajan dependiendo del ciclo lunar. Queremos saber, aunque sea un poquito, acerca de los temas más variados; eso enciende nuestras ganas de pensar, de imaginar y por lo tanto de crear. Cuando logramos ese pico de creación entonces sí nos sentimos inmortales. Nos gusta ser visionarios, imaginar otros mundos posibles y traerlos a la realidad material. Esto aplica también a los proyectos comerciales y académicos. La creatividad es la ventaja competitiva y comparativa que toda empresa social o comercial necesita para poder innovar, mantener a sus clientes y colaboradores. La curiosidad es esencial para sobrevivir, sobre todo en la economía del conocimiento.
Sin embargo, en México el 33% de los alumnos que abandonan sus estudios de licenciatura lo hacen por disgusto, es decir se aburren al aprender, no saben cómo y tampoco quieren averiguarlo. No es solamente la presión económica, si no también la psicológica lo que está creando una generación que tiene la curiosidad moribunda, y por lo tanto la capacidad creativa por los suelos o mejor dicho por el inframundo. ¿Es sólo esta generación? Sospecho que es un asunto sistémico. Nos hemos convertido en una estirpe enferma que sufre el Síndrome del Gato Muerto: antes de que nos mate la curiosidad nos morimos en vida. Los síntomas son claros y al menos que como sociedad reaccionemos, amenaza con convertirse en una epidemia nacional.
El primer síntoma es la acidia, mejor conocida en la expresión coloquial ¡Qué Hueva! No es sólo la pereza de hacer las cosas o siquiera pensarlas, si no la falta de la percepción del placer de ejecutar algo diferente o que pudiera cambiar la situación actual. Si no podemos imaginar el placer, mucho menos podemos experimentarlo cuando se nos presenta. No tenemos la capacidad del gozo activa. Ahora, si recordamos que las grandes transformaciones sociales las produjeron las personas con imaginación, pues ahí no contamos con el próximo salto evolutivo de la humanidad.
El segundo síntoma es la negligencia de los procesos internos. Cuando sufrimos SGM, creemos que la curiosidad es algo ajeno a nosotros, y por lo tanto no es nuestra responsabilidad. El entorno no es divertido, el ambiente no es propicio, no es útil. Son todos los demás los que no abonan a mi entretenimiento. Quienes tienen la curiosidad moribunda están esperando pasivamente que los estímulos exteriores llamen su atención. Se distraen con artificios que van adormeciendo su capacidad de logro. El sistema de esfuerzo – recompensa se encuentra comprometido y quien lo padece ni siquiera se da cuenta de su condición.
El tercer síntoma es social, las personas curiosas buscan otras personas similares y por lo tanto, los SGM también terminan por asociarse. Generalmente se mofan de quienes siguen intentando crear o por lo menos se cuestionan como las cosas podrían ser diferentes. Las frases más comunes de este nivel son “Tú y tus sueños de opio”, ¿De cuál te fumaste mija?, “Ya bájate de tu trip”, como si la curiosidad fuera un peligroso enervante que altera el sistema nervioso central, y tienen razón. Las neurociencias han comprobado que el cerebro creativo se encuentra más estimulado y es capaz de formar nuevas plastías; pero eso no le importa a los SGM, si así son relativamente funcionales, no hay necesidad de repararse.
Finalmente, lo que mas me preocupa del SGM es la depresión evidente o intrínseca que te invade cuando lo tienes. Si consideramos que la depresión es un trastorno psicológico y contagioso, existe una alta posibilidad que una parte importante de la población esté sufriendo una u otra forma de depresión.
¿A quiénes le son útiles millones de personas tristes? ¿Quién quisiera que buena parte de la población sea incapaz de imaginar y por lo tanto de crear? ¿Quién se beneficia de nuestra acidia? Espero que esta curiosidad no acabe por matarme.
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