Salvo quienes están obligados por la necesidad, o aquellos que se comportan como los simios de ese meme que ante el peligro del coronavirus dicen ¡Fiesta! ¡Vacaciones! O el mono quiere pasear, la pandemia que ya se expande por nuestro país está logrando lo que hasta hace poco parecía imposible: que las personas se queden en casa. Con los pros y contras que esto implica. Pero no solo eso. También desatando fobias, imaginarios y miedos que desconciertan, generan angustia y pueden llegar a paralizar comunidades enteras.
En realidad, nada nuevo. Pero como ahora en todo el planeta por voluntad propia y/o forzados por la policía varios millones guardan cuarentena y aumenta su tiempo libre, vale la pena buscar al menos un par de libros que nos ayuden a entender algunas partes del problema. Año 1000, año 2000 La huella de nuestros miedos, de George Duby, nos puede hacer recordar que alrededor de mil años atrás una enfermedad desconocida provocó un terror inmenso y que durante el verano de 1348 la peste negra acabó en Europa con unos cuatro millones de personas en tres meses.
Fue la primera catástrofe sanitaria, llegó de Asia con la Ruta de la Seda y se transmitió por pulgas y ratas. Hizo que muchas ciudades se encerraran tras sus murallas y prohibieran el ingreso de extranjeros. Se consideró castigo divino ante tanto pecado, y ya en la desesperación se buscaron responsables y víctimas propiciatorias, judíos y leprosos acusados de envenenar los pozos, contra quienes se ejerció todo tipo de violencia. Así que mientras unos servían como chivo expiatorio ante males de difícil comprensión, otros se encerraban para protegerse. Y estos encierros sirvieron de fuente de inspiración para creaciones literarias como el Decamerón de Boccacio, “donde algunos jóvenes de buena familia se aíslan en el campo para divertirse a la espera del fin de la epidemia”.
Las consecuencias sociales, mentales y económicas de la desaparición súbita de un tercio o la mitad de toda una población fueron enormes, y lo mismo “alivió a Europa del exceso de población acumulada” pues regresó cada cuatro o cinco años hasta principios del siglo XV, lapso en el cual los humanos consiguieron desarrollar anticuerpos que les permitieron resistir, que repercutió en el arte y la literatura donde se instaló lo macabro y desde entonces se multiplican las imágenes trágicas de esqueletos y danzas tenebrosas de la muerte. Pero además de herencias, testamentos y matrimonios, reflejos de autodefensa, miedo al enfermo o incluso los deseos perversos de apartarlo, apareció también un impulso generoso de ayuda colectiva pese a los riesgos que se corrían.
Eso, y la higiene ayudaron, aunque al parecer no lo hemos entendido pues las epidemias siguieron propagándose. Contribuyeron a la caída del imperio azteca y la viruela, entre otras, arrasó con buena parte de la población nativa del país. Hasta el siglo XIX, con la aparición de las vacunas y otros descubrimientos científicos, la respuesta colectiva fue el aislamiento. Como hoy día, curiosamente. Las epidemias fueron disminuyendo aunque no su presencia fantasmagórica, alimentada después por industrias culturales como el cine con buena cantidad de películas al respecto.
Pero nunca se fueron del todo. Y durante el siglo XX algunos en particular se convirtieron en una amenaza silenciosa e impredecible. Por eso en estos días de encierro, para no caer en paranoias inútiles, miedos casi fóbicos o simplonas teorías de conspiración que infectan las redes virtuales de Internet, también vale la pena leer Ébola, de David Quammen. Una investigación minuciosa sobre el virus y otras enfermedades que se transmiten de animales a seres humanos, de ese periodismo riguroso que investiga y difunde la ciencia de la mano de biólogos, infectólogos o inmunólogos, muy alejado de la percepción limitada y muchas veces exagerada de los medios. Esto es, que el autor tiene la habilidad de mezclar rigor científico con una narrativa que se puede leer casi como novela policiaca.
Si bien el brote de ébola del 2014 circundó África, es posible extraer información relevante para entender la actual pandemia, los focos de atención y lo que vendrá cuando todo haya pasado y tal vez ya nada sea igual como profetizan algunos. Entre muchos otros, que los datos científicos son asunto muy diferente a los testimonios anecdóticos, o que el actual virus como cada nuevo brote de una enfermedad infecciosa empieza con una historia misteriosa y al venir todo de alguna parte, las nuevas y extrañas enfermedades infecciosas que emergen abruptamente entre los seres humanos provienen principalmente de animales no humanos.
Por ejemplo, gripe aviar, ébola, hantavirus, fiebre amarilla, herpes B, influenzas, el síndrome respiratorio agudo y grave (SARS en inglés), o el síndrome respiratorio por coronavirus de Oriente Medio (MERS, en inglés), entre otros. Debido al contacto e interacciones tan invasivas y abundantes de los humanos que destruimos ecosistemas que albergan a algunos de estos virus, entonces encuentran oportunidades para desarrollarse y multiplicarse. Ecología, evolución y probabilidad, a decir de algunos especialistas, pues en realidad “nosotros somos los que vamos a ellos. Les damos la oportunidad de infectarnos cuando nos metemos con sus huéspedes reservorios, cualesquiera que éstos sean”.
Y para que no se diga que en los libros de divulgación científica escasean los pronósticos sobre el futuro, aunque en un sentido muy diferente al de memes inspirados en Mad Max, las profecías de Nostradamus o el guitarrista de los Rolling Stones como único sobreviviente en Londres 2024, desde el año 2015 Quammen advertía que virus que afectan las vías respiratorias como “el SARS coronavirus”, por ejemplo, podrían causar decenas de miles de muertes, no sólo en países pobres con sistemas inadecuados de salud, disfunción política y desesperación, sino también en los ricos con todo y las ventajas de contar con gobiernos fuertes y un riguroso sistema de salud. Sin faltar a lo largo del tiempo, por supuesto, la negligente indiferencia ante estas circunstancias por parte de la comunidad internacional. Todo lo cual da para pensar mucho en días de encierro.
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