Callejones, esquinas y barrios a donde no puedes llegar en búsqueda de “algo”, pues nada tienen pero todo dan, así lo confirma el compita en una imagen en que no sabemos si la flor que lleva en la mano la entrega a la niña o la niña a él… no puedes llegar en la búsqueda de alguien pues quien ayer estuvo no sabes si hoy estará, la población de calle es ambulante, así son lo modos y costumbres, ayer/ hoy estás… hoy/ mañana te bañaron en petróleo y prendieron fuego, te moriste de una sobredosis o terminaste en el tutelar, en el psiquiátrico, en el anexo o en la fosa común porque nadie te va a reclamar, para ello tendrías que tener un registro y según dicen “los que saben” aquí 8 de cada 10 no cuentan con acta de nacimiento… para qué… en la calle no tienen validez esos títulos de nobleza.
La nobleza está en otro lugar, porque sí existen valores, códigos… La Monroy nos los enlista, y son 12… como los Apóstoles, que bien podrían llamarse:
-Isidro, Antonio, el DosDos, Fernando, Lalo, Chucho, Andrés, David, Vicente, Mario, El Mara, Yosmario, Daniel o el Williams.
-Gaby, Antonela, María Cristina o Isabel o Jocelyn, sus Marías magdalenas o redentoras quienes rezarán a San Juditas por ser el santo patrono de las causas perdidas.
Para qué sirven un escritor, un cineasta, un actor, un fotógrafo…? Un artista…? Para qué sirve el arte…?
El arte puede parecer inútil frente a trabajos más prácticos, pero responde al impulso creativo del ser humano. El placer de construir, plasmar, retratar, construir otras vidas y vivirlas en el tiempo que dura una.
La ficción nos abstrae del mundo real, a la vez que nos ayuda a comprenderlo. En una sociedad que tiende cada vez más al culto de la productividad, los relatos son esenciales para curarnos las heridas.
“En el fondo seguimos siendo como cuando éramos niños, criaturas que esperan ansiosamente, que les cuenten otra historia, y la siguiente, y otra más”.
En este tenor, Sandra Monroy Mandujano nos cuenta historias, nos provoca e insta a curar nuestras heridas lamiendo las heridas de sus personajes retratados, todos ellos cuentan una historia, únicas y personales, y ello las vuelve universales.
Todos somos ellos y ellos, elloas viven en una parte de nosotros o son nuestro alter ego cuando sabemos que el Dos Dos es el azote del nenas. Todos somos como Isidro sintiéndonos Juan Camanei, como él hemos sostenido un globo lanzándolo al cielo con la mirada hinchada e inflado inocentemente de deseos. O como Antonio hemos cantado “cucurrucucú… no llores… que van a saber de amores… dicen que no comía, que nomás se le iba en puro tomar y atrás, el compa riéndose con el bolillo en la boca.
Puede ser el callejón del Zarco, San Hipólito, Monumento a la Revolución, Palacio Chino, alrededor de Juárez, Taxqueña, Marina Nacional, mercados, están y no están, son “eso” visibles invisibles… Puede ser cualquier rincón, no olvidemos si es que nos gustan los números y las cifras que son de 3500 a 4000 los que viven en situación de calle y pertenecen al centro histórico o yo diría… el centro histórico les pertenece.
Aquí hablar de la muerte es moneda de uso corriente. La normalidad es lo menos normal. Los peligrosos, somos nosotros.
Fernando falleció hace un mes, no sabemos si de frío o envenenado, lo que sabemos es que “le chingaron” las cobijas en el último levantón y que Lalo está en rehabilitación. Sandra apunta: “no puedo hacerme mensa”, mientras Isabel de 20 o 21 años, moneando, estaba y no estaba, se reía y se alejaba. La calle te vuelve hipersensible.
Los Visibles Invisibles: Chucho, Andrés, David… Antonella, la coqueta.
lugares comunes, en donde lo menos común es tener un lugar. Solo San Judas, la Virgen María, la Santa Muerte nos cobijan y comprenden, ellos no nos juzgan.
Para llegar a la calle hay un mil formas, pero, ¿cómo conectar desde lo humano?
Vicente, Marvin, Mario, Andrés.
¿Cuántos niños de la calle hay?
La mayoría sale de la casa familiar por violencia o maltrato, abuso sexual, pobreza. Otros nacen en la calle, o son migrantes deportados… “los caminos de la vida…”
“Me tiré a la perdición” dice Andrés sin dientes pero con orgullo reconoce que lo que le dio en la madre fue dejar los estudios.
Daniel y María Cristina muestran sus heridas, no hay drama en sus narraciones, el drama está en sus realidades, ella, hubiese querido estudiar criminología.
El Mara en su delirio, confiesa ser el de las siete caras iguales, y orgulloso muestra las marcas de la plancha en su espalda y en la panza.
Dignificación, reconocimiento, gratitud y amor.
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Jocelyn agradece sus fotos, Marvin llegó en la bestia y canta un rap: “tú eres la mujer a quien yo amo”, El Williams canta: “lo que me hizo reír, ahora me hace llorar, lo que era el cielo, ahora es infierno, lo que era luz, ahora es oscuridad”.
Ellos no sufren su realidad, no la cuestionan, no se lamentan, la aceptan y la viven, la sobreviven.
Son capaces de bailar entre alebrijes coloridos y árboles de la vida, llenan su cielo con globos de colores cargados de deseos, deseos simples y verdaderos. Conseguir comida, poder volver a ver a una hija o ayudar a la familia… ahí está la nobleza de sus deseos, ahí está su dolor emocional, el no tener sentido de trascendencia.
¿Cuántas personas pueden decir que a partir de una fotografía, cambió su vida…? Se pregunta La Monroy.
Ahí quedan, Los Visibles Invisibles, un proyecto de largo aliento… de Sandra Monroy Mandujano, en esa imagen eterna, emblemática, por demás urbana de quién hoy -como Martín- convencido de si mismo afirma “Dios, tiene un propósito para mí”, probablemente Martín, hoy, se sumó a la cifra, a la estadística, de ser uno más… quien decidió… así lo sugiere la imagen, colgar los tenis.
Roberto Sosa Martínez 30 de abril Día del niño #yosólopasabaporaquí