Por Paulina García M.
Decía el actor Woody Allen: “el sexo sin amor es una experiencia vacía. Pero como experiencia vacía es una de las mejores”. Muchos podrán estar o no de acuerdo con su frase, lo cierto es que, en una sociedad en donde las relaciones sexuales han cobrado tanta relevancia, algunas personas se han convertido en adictas al sexo.
También conocida como hipersexualidad y antiguamente en las mujeres como ninfomanía y satiriasis en los hombres, el deseo compulsivo por obtener goce sexual no se encuentra clasificado dentro del manual de los trastornos mentales DSM-V. Sin embargo, esta tendencia puede acarrear consecuencias negativas para quien la padece, pues, de acuerdo con Carlos Chiclana, psiquiatra de la Universidad de San Pablo: “los pacientes siguen yendo a consulta por un aumento en la frecuencia, intensidad de fantasías, excitación y conductas sexuales que les provocan un malestar significativo, deterioro social u ocupacional”.
Una de las razones que pueden desencadenar la búsqueda constante de placer, es el deseo de aliviar la tensión o malestar emocional. Así mismo, al igual que ocurre con otras adicciones, en este caso, la persona se vuelve dependiente de la dopamina y serotonina que se libera en el cerebro cuando se tiene un orgasmo. De forma que, busca esa sensación placentera, queriendo cada vez una dosis mayor.
Actualmente se calcula que de 3% a 6% de la población es adicta al sexo. En estos casos, la manera más eficaz de combatir esta hipersexualidad es por medio de terapia psicológica, de preferencia cognitivo-conductual, de pareja o con una medicación indicada.
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