* Las escritoras Elena Poniatowska, Adriana Malvido y Sandra Frid, develaron una placa conmemorativa para dicha celebración.
CIUDAD DE MÉXICO, 01 de junio de 2024.- La voz de Nahui Olin es vital para entender a México en el presente. Es una mujer que trascendió su tiempo a pesar de la Revolución Mexicana, de su exilio en Europa y la Primera Guerra Mundial. El arte, la pintura, la poesía y el modelaje fueron los estandartes que formaron su voz para escandalizar a una sociedad mexicana en los años veinte.
La presencia de Nahui generó otra revolución intelectual con la primera exposición de desnudos en un cuarto de azotea: el cuerpo es una obra de arte, el cuerpo es también un templo de oración donde lo perfecto y lo extraordinario de la naturaleza vive. El erotismo y la sensualidad están impregnados en su pintura. La libertad de expresarlo todo: desde lo sutil que tiene la respiración hasta los mundos de color que envuelven sus pinturas.
Nahui Olin, memoria de fuego es un homenaje a su obra, a su presencia como una constructora de nuestro tiempo: 100 años han pasado de sus revolucionarios ojos por lo que para dicha celebración las escritoras Elena Poniatowska, Adriana Malvido y Sandra Frid develaron una placa conmemorativa de dicha puesta en escena.
No olvidemos el amor que vivió con el pintor Gerardo Murillo (mejor conocido como el Doctor Atl); que formó parte de un movimiento cultural y político a lado de Diego Rivera (quien la retrató en el Anfiteatro Simón Bolívar como la musa del erotismo, retrató sus ojos en el edificio de la Secretaria de Educación Pública y en Palacio Nacional). Nahui se vuelve parte de la memoria de la ciudad, parte de la historia de esas mujeres que con su intelecto son fuego y memoria; de las cuales debemos beber para redescubrir la grandeza cultural que nos aportan a nuestro tiempo.
En este monólogo que ha presentado a lo largo de dos meses Fénix Novohispano Compañía Nacional de Teatro Clásico, contó la actuación de la actriz Michelle Rogel que interpretó a Nahui Olin en los diferentes sucesos que formaron su sensibilidad y los momentos familiares que fueron conduciendo su vida, hasta tomar su destino ancestral en sus manos. El maestro Edgar Laurrabaquio creó con su propuesta de iluminación las atmósferas por las que transitó su vida y obra; finalmente la dramaturgia y dirección corrieron a cargo de Francisco Hernández.
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