Por Salvador Quiauhtlazollin.
Adánicamente modelada del barro, descendiente orgullosa de una bravía raza de guerreras pacifistas, Diana de Temiscira pasará su infancia y juventud cargando este esquizofrénico oxímoron. Pero su momento llegará cuando un desorientado espía estadounidense a sueldo de los británicos llegue a su ignota isla-paraíso con la Gran Guerra bajo las alas de su monoplano. La ingenua princesa de estas amazonas, hija de Zeus e Hipólita entrenada por Antíope, decidirá partir al mundo real, donde millones mueren en las trincheras pestilentes. Su objetivo es el deicidio de Ares, cuyo aliento apocalíptico lleva a los hombres a las armas.
MUJER MARAVILLA, la cinta de Patty Jenkins que llena una incógnita abierta en la híper machista BATMAN V SUPERMÁN EL ORIGEN DE LA JUSTICIA, se propone a sí misma como una emocionante épica de altos ideales. Ahí están las batallas descarnadas sin novedad en el frente, los sobrios vestuarios que podrían seguir vigentes en el siglo XXI, los arrobadores escenarios que suplen los apoteósicos matte shots de antaño con delicias infográficas. Y también están los discursos sobre el armisticio, la constante zozobra de unos diálogos donde se machaca la desazón que provoca la conflagración, el dolor de los civiles hastiados de la escasez y los decesos. Todo ello bastaría para pensar que se trata de una cinta alejada de los comics y con un fidelísimo parentesco con grandes clásicos del cine. Pero toda esta atronadora superproducción naufraga en una monótona vacuidad tan redundante, que haría enrojecer al más vil argumento de historieta de superhéroes de los simplistas años 50.
Y es que, de entrada, MUJER MARAVILLA no ofrece nada novedoso. La heroína usa su escudo como se lo habíamos visto empuñar al CAPITÁN AMÉRICA en su gaysísima GUERRA CIVIL. Las hijas de Temiscira celebran asambleas más desganadas que la apella de 300. Y el general teutón del que se sospecha el máximo mal es un sobreactuado Danny Huston como el verídico Erich Ludendorff, copiando de mala manera todos los manierismos de Erich von Stroheim, pero sin el carisma ni el genio de éste. Y por supuesto, la batalla final, esperada por todos los amantes del cómic, no pasa de ser un bobo enfrentamiento con un pastiche del Emperador Galáctico contaminado por misantropía ecolatrista.
Una lástima, pues el flojísimo argumento de Zack Snyder, Allan Heinberg y Jason Fuchs perfilaba que tal vez -reitero, tal vez- veríamos un feroz y filosófico enfrentamiento de una MUJER MARAVILLA investida de Nietzsche contra la mitológica representación ontológica del sofisma beligerante. Para nada, lo único que se ve es a la muy, pero muy mediana Gal Gadot, resucitando a una mala versión del Neo de MATRIX.
Pero el peor defecto que se le puede encontrar a MUJER MARAVILLA es el insidioso menoscabo que hace sin rubor a la mística femenina. La sofocante hermosura de Gal Gadot apantalla en los planos completos y cuando luce esos embelesadores trajes, pero mueve a escarnio cuando recita, sin muchos matices, algunas de las peores líneas del cine de comics; especialmente cuando supuestamente habla desde una perspectiva de innata ingenuidad, pero con inflexiones propias de los diálogos más picantes de las más sucias películas pornográficas. Y cuando ya ha demostrado su poderío en los campos de la matanza, la amazona vuelve a comportarse con simplicidad mayúscula, obcecada en una búsqueda sin sentido. Pero el pináculo de su desprecio por la lucha feminista viene cuando recurre como excusa al travestido mantra lennoniano “Todo lo que necesitas es amor”. Adiós a las posibilidades del filme de contribuir al empoderamiento de la mujer.
Ni modo: las guerreras y sus cofrades que tanto pululan en las redes sociales podrán dejar de buscar icónicas referencias en MUJER MARAVILLA. Mas pueden retornar a los clásicos, pues con todo y sus guiones de opereta y sus decorados de cartón, la televisiva Lynda Carter sigue vigente décadas después como la única que puede llenar el traje del miembro más poderoso de la Liga de la Justicia.