La desigualdad sigue siendo el problema central de México, en medio de un universo de millones de mexicanos empobrecidos, afirmó Rolando Cordera Campos, profesor emérito de la Facultad de Economía (FE) de la UNAM.
Esta situación sólo puede ser enfrentada con una economía dinámica que cree empleos y las condiciones para que se distribuya el ingreso con criterios de justicia social y no sólo de mercado, y que vaya acompañada por una nueva oleada de expansión institucional, dijo el también doctor honoris causa por esta casa de estudios.
La desigualdad en México se ha mantenido y reproducido; ha cambiado de cara y de piel, pero persiste en la distribución del ingreso y la riqueza, y en el acceso a oportunidades y bienes públicos prometidos por décadas de expansión institucional, aseguró.
Al dictar la conferencia “Economía y política en la cuarta transformación”, en la Escuela Nacional de Enfermería y Obstetricia, expuso que estamos en un momento privilegiado, pero crucial y urgente, de generar un nuevo inventario de intereses arraigados en el compromiso de un pacto para llevar adelante la justicia social, que debe ser redistributiva.
Esto se logrará con una política de salarios buena y sostenida, “como la que ya comenzó”; con el respeto a la nueva reforma laboral y la autonomía e independencia de la formación y acción de los sindicatos; y con el incremento de la capacidad de gasto para lo social en dos niveles: en términos de monto de recursos, porque somos el país de América Latina que porcentualmente gasta menos en ese rubro, y de aumento sostenido del gasto en salud, educación, investigación científica y formación de cuadros de alto nivel.
Sociedad de ingresos bajos
Rolando Cordera señaló que alrededor del 40 por ciento de los mexicanos son calificados como pobres por sus ingresos y accesos.
Alrededor de nueve millones viven en pobreza extrema, aunque la cifra se ha logrado reducir: llegó a ser de 12 o 15 millones hace poco, y sólo 27.8 millones de mexicanos (22.6 por ciento) no viven en condiciones de pobreza y vulnerabilidad.
“A partir de los 80, cuando se hizo evidente para muchos y se decretó desde el poder que la expansión económica basada en la industrialización y en la inclusión social ya no funcionaba, nos volvimos una sociedad de ingresos bajos, acompañada de grandes capas de población pobre”.
Esta circunstancia se comprueba con el hecho de que en el año 2000, 15 por ciento de los ocupados recibían en promedio cinco salarios mínimos o más como ingreso por su trabajo; hoy es menos del 12 por ciento. “Ha aumentado el número de quienes perciben no más de tres salarios mínimos, y ha disminuido, porcentualmente al menos, el número de trabajadores que perciben cinco salarios mínimos o más”.
El panorama es de desigualdad aguda en la distribución de los ingresos, pero también en el acceso a bienes públicos fundamentales como la salud; bajos ingresos, en general; y un añadido que se suele perder de vista: bajo crecimiento de la economía, resaltó.
“El crecimiento, insuficiente desde el punto de vista social, no genera las ocupaciones formales mínimamente necesarias para captar a los mexicanos que alcanzan la edad para trabajar. Una combinación de mal crecimiento con mal empleo da lugar a que 50 y hasta 60 por ciento de los trabajadores desarrollen sus actividades en condiciones de informalidad”.
Muchos laboran en condiciones del siglo XIX, y otros con la más alta tecnología, como en la industria automotriz, aunque con salarios decimonónicos.
Rolando Cordera advirtió que hasta ahora la desazón social, la caída en las expectativas, la pobreza masiva y el empobrecimiento se han expresado en la informalidad, en trabajadores con contrato que también se ocupan como taxistas o venden ropa los fines de semana, entre otras estrategias familiares, para superar las carencias.
La pobreza, concluyó, “no puede ser soslayada; nos rodea, está a la vuelta de la esquina”.
Información: Boletín UNAM
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