Más sabe el diablo por viejo que por diablo. La primera vez que escuché esa frase fue escondida bajo la mesa espiando alguna platica de adultos, tenía cinco o seis años. Desde entonces intuí que los mayores me podrían contar las mejores historias. ¡Sabían más que el Diablo!; imaginen mi emoción al enterarme que todo el conocimiento del mundo estaba a una conversación de distancia. Sólo había un pequeño problema: hacerlos hablar.
Gracias a mi curiosidad aunada a una tenacidad titánica, logré desarrollar una estrategia imbatible para que los mayores siempre quisieran regalarme una pieza de su rompecabezas a cambio de mi atención. Con el tiempo he pulido mis técnicas, y ser la más joven en diversos ambientes se convirtió en un estilo de vida para mí. Basta escuchar con diligencia, estudiar sus espacios, respetar sus cosmovisiones y discernir cuidadosamente sus intereses de la realidad; porque serán sabios, pero eso no les quita lo diablo. A pesar que he tenido que echarme de encima a más de un par de impostores, me he adueñado de historias increíblemente útiles y conmovedoras. Hombres y mujeres que desde su generosidad –o su ego- me han abierto la intimidad de sus pensamientos y reflexiones.
Lo que nadie me advirtió es que estos grandes sabios no son inmunes al paso del tiempo, ni al deterioro del cuerpo y la mente. Tuve que aprenderlo con la experiencia, porque pocos son quienes se atreven a hablar de su propio ocaso. Yo tampoco soy inmune, aunque me siga vistiendo en jeans y tenis, el tiempo no se detiene. Las historias siempre tienen perspectiva y se nutren un poco de memoria, otro tanto de nostalgia y los espacios vacíos son ocupados por la fantasía de un proceder distinto –el arrepentimiento o el deseo. Desde ahí logro develar sus verdaderos motivos, sus principios, su humanidad.
Justo donde falla la memoria y aflora la imaginación nos vamos encontrando, porque el arrepentimiento y el deseo nos son comunes sin importar las distancias. Logro vislumbrar como todos vamos dejando pistas a las cuales asirnos cuando todo lo demás falla y nos traiciona. El rostro perplejo de quien olvida la historia que estaba contando no oculta el terror de encontrarse solo ante el abismo de la incertidumbre; así como la calma que ocasiona regresar a una mirada, a una sensación o a una victoria que, aunque parezca minúscula, ante las nuevas circunstancias se magnifica y nos devuelve el sentido.
La memoria tiene un límite que va acotando cada vez más la veracidad de las anécdotas que se nos regalan oralmente. Aunque los libros y los vídeos tienen un valor propio, nada suple la experiencia completa de charlar bebiendo ya sea un té humeante o un buen whisky. Las posibilidades de interactuar, de preguntar, de buscar nuevas pistas, son un privilegio reservado a quien se encuentre armado de paciencia y curiosidad. Viajo con ellos hasta sus abismos, también me aferro a sus anclas que no permiten que nos perdamos en la banalidad ni en la confusión. Sin embargo, me sigo preguntando qué pasa cuando se acaban las piezas, cuando las historias dejan de embonar. Aférrate, aférrate fuerte y cuando tomes aire regresa al tránsito de la conversación: eso es lo que me han enseñado mis viejos, a crear anclas a las cuales regresar.
En mi búsqueda por envejecer hasta saber más que el mismo Diablo, he descubierto que no hay mejor momento que el presente para comenzar a sembrar las pistas que el día de mañana se convertirán en mi bosque personal donde mi memoria también se mezclará con el anhelo, porque también al diablo le llega la muerte.
Shoshana Turkia
Socia fundadora de PRESENTE CONTINUO
shoshana@presentecontinuo.com.mx
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