Por Alejandro Aguirre Guerrero
El karma de Duarte en su prisión
Me cuentan que apenas se enteró de la visita de Enrique Peña a Guatemala, Javier Duarte preguntó al abogado si su tema estaba en la agenda de los Presidentes. El veracruzano, me dicen, ya no aguanta más estar en el penal de Matamoros; su idea es que en cualquier prisión de máxima seguridad de México, así sea el Altiplano, le irá «menos peor» que donde hoy pasa las noches. ¿Por qué lo dirá? ¿Será que intuye tendrá una celda con barrotes «adiamantados»?
Me cuentan que al enterarse de la captura de Roberto Borge, ahí, en las noticias que le lleva su abogado al penal, lo primero que hizo fue mover la cabeza de izquierda a derecha y decir: ay, el buen Betito. Javier Duarte considera que la nota sobre la captura de su ex compañero podría, quizá, desviar en México un poco la atención sobre su caso, al menos en los medios de comunicación.
Javier Duarte, me comentan, considera que después del linchamiento mediático que sufrirá al regresar a México, estaría en mejores condiciones carcelarias que en Guatemala, y no necesariamente por alguna concesión que tuviera, pues sabe que le mintió a varios de «arriba», sino porque según su percepción, en las cárceles de máxima seguridad en México, no pasará calores ni tantas vejaciones.
Me confían que después de enterarse que la PGR solicitó, oficialmente, su extradición de Guatemala, Javier Duarte se alegró, pues de acuerdo a sus palabras, «no le puede ir peor en México que en la prisión de Matamoros, en términos de condiciones o estancias carcelarias».
Si bien es cierto la PGR ha dado a conocer que la extradición de Duarte podría tardar hasta un año, el veracruzano pidió a sus abogados aplicar la de flojito y cooperando, «él considera que entre más rápido sea extraditado a México, mejor». El de Córdoba cree que «por muy mal que lo traten en su país, no sufriría las amenazas constantes que hoy vive de los Maras».
Ahora bien, a pesar de que el Instituto de Ciencias Forenses de Guatemala determinó que Duarte no fue maltratado física ni mentalmente, él sostiene, me cuentan, que varios custodios le dan golpes cuidando no le salgan moretones, desde el clásico manazo en la cabeza, hasta «madrazos con alguna tela o frazada evitando dejar huellas de violencia».
Javier Duarte no logró, con sus relatos y denuncias de vejaciones al interior de la cárcel de Matamoros, le trasladaran a un penal menos riguroso, de ahí que haya pedido a sus abogados quiten cualquier obstáculo que retrase la extradición, asunto que en realidad no depende de él, aunque así quiera pensarlo el ex gobernador. Lo extraditarán cuando sea necesario hacerlo, no antes. Es el acuerdo.
Derivado de este episodio, a Javier Duarte le administran ansiolíticos y antidepresivos, uno cada 24 horas. Me cuentan que de acuerdo a sus versiones, el veracruzano revive el bullying que le hacían en su etapa estudiantil, cuando todos se mofaban de su sobrepeso y forma de hablar. El infiernillo de Javier… el karma de Javier.
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