Esta es una historia llena de fiestas en majestuosos yates, juergas en casinos con apuestas en grande y un séquito de acompañantes que incluye raperos, playmates, modelos y celebridades sobre quienes llueve champaña Cristal. Viajes por el mundo, propiedades de millones de dólares en Londres, California y Nueva York, joyas, o hasta obsequiar un Picasso como regalo de cumpleaños.
Todo gratis, y en lo laboral tratando a leyendas del cine, directivos de bancos globales, recolectores de dinero para campañas políticas, jeques petroleros, un primer ministro o su ambiciosa esposa. Con gastos ilimitados a cuenta de un fondo de inversión situado en Malasia, empresas fantasma, cuentas offshore, paraísos fiscales y un monumental fraude de al menos 15 mil millones de dólares.
Infancia suele ser destino, así que un padre acusado de malversar fondos de una empresa cree que lo más importante en la vida es el estatus. Por eso envía al hijo a estudiar en Wharton, considerada la mejor escuela de negocios del mundo, donde su crío comienza a destacar como juerguista y organizador de eventos que le permiten irse relacionando con herederos de ultrarricos y miembros de familias reales de medio oriente o Asia.
Poco después comienza a dejar correr los rumores sobre su origen supuestamente principesco y a fabular un relato acerca de la fortuna de los ancestros, para comenzar a vivir y gastar como millonario a través de un complejo entramado de mentiras asimismo basado en el poder, prestigio y en una sociedad obsesionada por la riqueza y el glamour. Así se va conectando y engatusando ejecutivos bancarios de Wall Street, como los de Goldman & Sachs, cuya ambición por obtener bonos y jugosas comisiones les hizo pasar por alto demasiadas evidencias de que algo no estaba bien, más tarde esto alcanzó a miembros de consejos de administración o reguladores gubernamentales. Mientras tanto, su capacidad para engañar y robar generaba una riqueza exorbitante que utilizó para comprar amistades como las de Paris Hilton, Miranda Kerr, Jamie Foxx, Alicia Keys, Leonardo Di Caprio o Martin Scorsese, a quienes incluso coprodujo la película de El lobo de Wall Street a través de una empresa dirigida por un amigo de Hilton y el hijastro del primer ministro de Malasia.
Claro que esa manera de despilfarrar hizo sospechar y alejarse al propio Jordan Belford, nombre del financiero en cuyas memorias se basó el filme, pues “uno no gasta de esta manera dinero por el que trabajó (…) A Leo lo tentaron y lo succionaron” como dijo después. Esta carrera de apariencias y engaños protagonizada por un joven llamado Jho Low, descrito por un vendedor de jets como alguien ordinario, va más lejos que un simple estafador con labia que enreda a banqueros o celebridades, y pasa por una incesante necesidad de consumir y poseer riqueza sin tomar en cuenta a nadie más que a uno mismo. Por la especulación, alianzas con socios poderosos que ayudaban a conseguir dólares con suma facilidad, la ineficiencia de los departamentos de cumplimiento de instituciones financieras, los laberintos de transacciones, el lavado de dinero, corrupción público-privada con intrigas y financiamiento ilícito de campañas políticas, entre otros crímenes de cuello blanco del tipo impunidad casi garantizada pues la idea era que el gobierno malayo terminara perdonando una enorme deuda cargada a sus propias administraciones.
Un retrato detallado del capitalismo contemporáneo, sus riesgos, mentiras o desigualdades abismales, hecho a través de una investigación periodística en varios países que tomó tres años. Realizada por Tom Wright y Bradley Hope, está escrita de tal forma que parte de la complejidad técnica de esta variedad de delitos, más sofisticados que los típicos esquemas piramidales del famoso defraudador Bernie Madoff, fluye con facilidad pues se alterna con una vertiginosa trama internacional acompañada con caviar de Petrossian y botellas de champaña de 2 mil dólares.
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