Un texto original de Sofía Guadarrama
A mí nadie me leyó un cuento antes de dormir. En dónde yo crecí no se leía más que la Biblia, los periódicos y los libros de la escuela. Nunca fui buena en la escuela, primero porque nadie se sentó conmigo a hacer la tarea o para leerme un cuento y segundo porque yo no me podía concentrar en las clases y mucho menos en memorizar datos, que sinceramente no me interesaban.
Mi mente viajaba por distintos universos, era una máquina que nunca descansaba, caballos corriendo a todo galope. Mientras el resto de las niñas y niños enfocaban su atención en el estudio yo imaginaba historias. No porque pretendiera ser escritora. Ni siquiera sabía que podría dedicarme a eso algún día. Sólo porque era muy entretenido (y lo sigue siendo). La vida era eso que pasaba frente a mis ojos mientras yo imaginaba otras vidas, otras historias, otros mundos.
Una prima se burló de mí hasta el hartazgo cuando reprobé cuarto años de primaria, y lo siguió haciendo hasta la edad adulta, a los 40 años. Pero si ella hubiera visto todos los universos que recorrí, todas las historias que viví mientras ella aprendía matemáticas, tal vez también habría querido reprobar mínimo un semestre.
Un tío me regañaba todo el tiempo por estar leyendo cómics de Memín Pingüín, Archi, entre otras y por ver caricaturas, pues según él era una pérdida de tiempo. Toda mi familia juzgó sin clemencia mi falta de concentración en la primaria pero nadie movió un dedo para saber las razones.
El poder de la imaginación es absoluto. Nada ni nadie puede derribarlo. La imaginación es lo único que nadie puede quitarnos o cambiarnos. Los principios, las creencias religiosas, las posturas políticas, el conocimiento, los gustos, todo eso es manipulable por la sociedad, la familia, las circunstancias de vida, menos la imaginación.
Así que si ustedes tienen una hija o un hijo con una gran imaginación, no la censuren, puede que tengan ante ustedes a un futuro Steven Spielberg o una J. K. Rowling.
Feliz día del niño y de las niñas.
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